Creo que no hay nada más sexy que una mujer en paños menores caminando por toda la habitación, despacito, midiendo los pasos, mirando sutilmente a dónde se dirigen nuestros ojos, sabiendo a dónde es que se dirigen, conscientes de ello, seduciendo con cada parte, con esa parte, con la que a cada cual pone a volar, a rogar por un segundo más de vida junto a ella, junto a esa parte, que hace parte de ella que es parte de uno.
Y así, terminamos encontrando nuestro sitio perfecto, esculcando, probando, tentando, oliendo, mirando entre tetas, culos, entrepiernas, cuellos, mentones, lenguas, manos, tratamos de acomodarnos, de encajar exactos y hacer de este el inicio del juego previo. Me quedo en la clavícula, sexy, con esa pequeña saliente justo donde empiezan a dibujarse las tetas y tan cerca del mentón, blanco perfecto de besos, cuna de caricias y uno que otro disparo seminal cuando se pretende la boca.
Sexy, un par piernas bien torneadas, afiladas, largas o no tanto, lo suficiente para que lleguen al suelo, lo suficiente para que nos rodeen el cuello. Adornada muy ligera con una pollera, una pequeña falta, un trozo de trapo pretendiéndose mas de lo que puede, luchando contra el viento que cómplice sopla a nuestro favor, un mal paso, ruedo ondeándose en la brisa sin prisa, milésimas de segundo, y las bragas coquetas asomándose, tan sutilmente, tan solo un instante suficiente para no olvidar el arco que forma las nalgas redondeadas.
Blusa corta, pero no tanto, ajustada pero no mucho para no tallar, la fruta golpeada no suele ser dulce, curva exacta al diseño de la espalda donde muere el dorso y nace el culo, sexy, la cintura ergonómica, la almohada perfecta de los pulgares cuando atacamos por sorpresa por lla retaguardia, embistiendo y callando sus gritos con besos, por que la manos muy cómodas se niegan a soltar su presa.
Sexy el caminito de vellos, casi invisibles que conducen del ombligo a las puertas de cielo y al infierno dependiendo si se prefiere el calor, sexy por que existen, pero no están, por que sólo se ven a contraluz, como rayito de sol colándose por la rendija, diminutos y casi invisibles, prestos a ser buscados, encontrados, contados y aprendidos de memoria para volver a contarlos por si las dudas, encantadores y seductores guiando el camino, como si hiciera falta.
Sexy el vientre que guarda el obligo, lo acuna y lo duerme en la extensa planicie de su piel, tremenda fijación que permite a la lengua resbalarse saboreando cada poro desde el elástico de sus calzones hasta los pezones de un solo golpe, de una sola lamida y basta para saquear unos cuantos gemidos, que casi nunca son suficientes, de verdad o de mentiras, no están de más, nunca.
Sexy ver como pedazo a pedazo va deslizándose la ropa como gotas de lluvia entre las manos, casi deshaciéndose, casi fundiéndose y confundiéndose entre ganas.
Suavecito, cuánta tentación.
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